Si entraste aquí creyendo que te iba a dar consejos planos de gurú de camiseta negra este no es el lugar.
Hoy va de mi abuelo.
Puedes dejarlo, ignorarlo y salir de aquí, o puedes leerlo, aprovecharlo y aplicarlo a tu vida.
Mi abuelo fue el mejor ser humano que conocí.
De largo, junto con mi abuela.
Mi abuela me enseñó a vender, pero mi abuelo me mostró lo que es ser hombre sencillo que hace las cosas de forma sencilla.
Era carpintero, tenía su carpintería en casa (como mi abuela su tienda de ropa) y yo de crío me llevaba coches y todo tipo de juguetes y me colaba sin que se enterara y mientras él serraba, cortaba o lo que fuera yo me ponía a jugar con el serrín.
Él se daba cuenta y no me decía nada. Porque antes se aseguraba que yo no pudiera tocar nada que fuera peligroso allí dentro.
Es increíble lo precavido que era. Lo echo de menos tanto como se puede extrañar a un abuelo perfecto.
Un tipo que cuando metía algún gol y mi nombre aparecía en un periódico deportivo los recortaba y los guardaba sin decir nada, hasta que un día me los puso por toda su carpintería.
Un tipo que tenía las fotos de sus 4 nietos en el salpicadero de su coche, a la vista de todos.
Un tipo que no me enseñó a vender, me enseñó a hacer, a construir sin quejarme.
Un tipo de persona muy diferente a la que hoy te encuentras por ahí: infantiles, vagos, victimistas, neuróticos, habladores, dependientes, chupasangres...
Mi abuelo apenas hablaba. Porque hablar, para él, era una pérdida de tiempo.
Casi hoy te podría afirmar que hablar mucho es de pobres, y no me refiero al dinero.
Él solo hacía, como un buen artesano.
Si cuando comíamos en la casa de mis abuelos mi padre comentaba que necesitaba un mueble para tal cosa, mi abuelo aparecía de un día para otro a casa, sin previo aviso, con un mueble montado y listo, lo dejaba allí y se iba, sin decir nada.
“Mi padre...”, decía mi padre.
“Mi abuelo...”, pensaba yo.
Con los años, me di cuenta de que quería hablar menos y hacer más.
Admiro a quienes se ensucian las manos y se juegan la piel sin armar tanto ruido.
Aunque nosotros ayudábamos siempre, mi abuelo cuidó de mi abuela con Alzheimer durante sus últimos 8 años, sin que mi abuela supiera quien era él, sin necesidad de otra persona (porque no quería), sin decir nada, sin quejarse de nada.
Hasta que él se fue antes que ella, de tanto desgaste...
La peli esa de El diario de Noah se queda en pañales.
Escribir mucho hace que tenga que hablar menos. Y creo que mi abuelo hacía lo mismo, cuanto más hacía, menos tenía que hablar.
Escribir me ordena la cabeza y me recuerda que hablar demasiado no significa vender más.
Hablar cansa a la gente. Ver cómo haces las cosas les inspira.
Mi abuela vendía y mi abuelo construía.
Y al final, es lo mismo.
Si hoy esperabas un gran consejo de ventas, no tenía uno mejor que este.
Hoy solo escribo para honrar a quien, sin hablar mucho, me lo enseñó todo.